Homilía
del Sr. Card. Jorge Mario Bergoglio,
al
comenzar la 93ª Asamblea del Episcopado
“Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y signos
en el pueblo. Algunos miembros de la sinagoga llamada “de los Libertos”, como
también otros, originarios de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de la
provincia de Asia, se presentaron para discutir con él. Pero como no
encontraban argumentos, frente a la sabiduría y al espíritu que se manifestaba
en su palabra, sobornaron a unos hombres para que dijeran que le habían oído
blasfemar contra Moisés y contra Dios. Así consiguieron excitar al pueblo, a
los ancianos y a los escribas, y llegando de improviso, lo arrestaron y lo
llevaron ante el Sanedrín. Entonces presentaron falsos testigos que declararon:
“Este hombre no hace otra cosa que hablar contra el Lugar santo y contra la
Ley. Nosotros le hemos oído decir que Jesús de Nazaret destruirá este Lugar y cambiará
las costumbres que nos ha trasmitido Moisés”. En ese momento, los que estaban
sentados en el Sanedrín tenían los ojos clavados en él y vieron que el rostro
de Esteban parecía el de un ángel.
Hech. 6: 8-15. Texto correspondiente al 23 de abril,
lunes de la 3ª Semana de Pascua.
1. San Lucas describe el asesinato de
Esteban sobre las huellas del de Jesús. Se evidencia su intencionalidad de
señalar, en este primer mártir, el camino del creyente. “El discípulo no es más
que su maestro” (Mt. 10:24) había dicho Jesús; el camino del discípulo es el de
su Señor; sería impensable un discipulado que no se ajustase al más fiel
seguimiento. En esta realidad se enraiza la dimensión martirial de la
existencia cristiana, ese “dar testimonio” como lo dio el Señor, y estar
dispuesto a afrontar las consecuencias que exija la fidelidad al llamado.
2. Los apóstoles
abandonaron al Maestro (Mt. 26:56), Pedro lo negó por miedo (Mt. 26:
69-75) ... todavía no habían sido confirmados por la Resurrección y la fuerza
del Espíritu Santo. En Esteban, en cambio, se muestra ya el discípulo
maduro, configurado por esa confirmación; en él la Palabra de Dios nos muestra
el perfil acabado del discípulo que da testimonio, del discípulo que
“lleno de gracia y poder hacía grandes prodigios y signos en medio del pueblo”
(Hech. 6:8). Esteban no era un milagrero ambulante. La fuerza le venía de la
gracia, del poder del Espíritu Santo... y esto molestaba.
3. La escena se enmarca en
una disputa. Los miembros de la sinagoga de los Libertos “se presentaron para
discutir con él” (Hech. 6:9), evocación de tantas discusiones de Jesús con
fariseos, saduceos, esenios y zelotes, alternativas humanas a la radicalidad
del Reino. Sin embargo, la contundencia de la historia del pueblo elegido y la fuerza
de las Bienaventuranzas se imponía a toda argumentación y casuística. Se
trataba del choque entre la Verdad y el sofisma ilustrado, ese equilibrismo
nominalista para aceptar una formulación de la verdad negando su real
incidencia en la vida. Estos sofistas “no encontraban argumentos frente a la
sabiduría y al espíritu que se manifestaba en su palabra” (Hech. 6:10).
Entonces recurren a diversas formas de violencia: al soborno (Hech. 6:11) como
otrora los fariseos con los soldados testigos de la Resurrección (Mt. 28:
11-15), como el Sanedrín para con el mismo Jesús... y del soborno a
“excitar al pueblo, a los ancianos y a los escribas” (Hech. 6:12) al
igual que hicieron con Jesús (Mt. 27:20); y también como a Jesús
llegan de improviso, lo arrestan y llevan ante el Sanedrín (ibid) y
presentan testigos falsos (cfr. Mt. 26: 59-61). Los mismos métodos, el mismo
camino recorrido hasta la muerte. Un último detalle: en el momento de su
sacrificio el discípulo repetirá las palabras de perdón del Maestro (Hech.
7:59-60) y dará signos de su entrada triunfal en la vida: “En ese momento los
que estaban sentados en el Sanedrín tenían los ojos clavados en él y vieron que
el rostro de Esteban parecía el de un ángel” (Hech. 6:15 y 7:55-56).
4. Así se consuma la vida
del que la Iglesia nos propone como el primer discípulo mártir y, en su
persona, nos señala el camino a seguir: dar testimonio hasta el fin. A lo largo
de los siglos el discipulado cristiano brilló con innumerables hombres y
mujeres que no escondieron la fe que guardaban en sus corazones; a ellos
el Espíritu Santo les dictaba lo que tenían que decir en los tribunales
(cfr. Mc. 13:11) e iban valerosos y transfigurados al martirio: el fuerte
Policarpo que permaneció firme en el poste sin querer ser clavado y cuyo cuerpo
se transfiguró, en medio de la hoguera, como si fuera pan cocido en el velamen
de un barco. Felicitas, valiente con sus hijos. Águeda que “contenta y
alegre se dirigía a la cárcel, como invitada a bodas, y encomendaba al Señor su
combate”. Los veintiséis japoneses en la colina de Nagasaki, orando,
cantando salmos, animándose mutuamente. La serenidad de Maximiliano Kolbe al
tomar el sitio de otro; el abandono en el Señor de Edith Stein
quien repetía litánicamente: “no sé qué tiene dispuesto hacer Dios
conmigo, pero no tengo porque preocuparme de ello”. Y así tantos otros,
aun en tiempos cercanos. Todos ellos siguen el camino testimonial de
Esteban y reeditan en su martirio también la transformación de su
rostro que parecía el de un ángel. Ellos habían asumido en su corazón la
Bienaventuranza del Señor. “¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los
excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del
Hijo del hombre!” (Lc. 6:22). Hombres y mujeres que no se avergonzaron de
Jesucristo e, imitándolo en la cruz, llevaron adelante la vida de la Iglesia.
5. Porque la Iglesia fue,
es y será perseguida. El Señor ya nos lo advirtió (cfr. Mt. 24:4-14; Mc.
13:9-13; Lc. 21:12-19) para que estuviésemos preparados. Será perseguida no
precisamente en sus hijos mediocres que pactan con el mundo como lo
hicieron aquellos renegados de los que nos habla el libro de los Macabeos (cfr.
1Mac. 1:11-15): ésos nunca son perseguidos; sino en los otros hijos que, en
medio de la nube de tantos testigos, optan por tener los ojos fijos en Jesús
(cfr. Hebr. 12: 1-2) y seguir sus pasos cualquiera sea el precio.
La Iglesia será perseguida en la medida en que mantenga su fidelidad al
Evangelio. El testimonio de esta fidelidad molesta al mundo, lo enfurece
y le rechinan los dientes (cfr. Hech. 7:54), mata y destruye, como
sucedió con Esteban. La persecución es un acontecimiento eclesial de fidelidad;
a veces es frontal y directa; otras veces hay que saberla reconocer en medio de
las envolturas “culturosas” con que se presenta en cada época, escondida
en la mundana “racionalidad” de un cierto autodefinido “sentido común” de
normalidad y civilidad. Las formas son muchas y variadas pero aquello que
siempre provoca la persecución es la locura del Evangelio, el escándalo de la
Cruz de Cristo, el fermento de la Bienaventuranzas. Luego, como en el
caso de Jesús, de Esteban y de esa gran “nube de testigos”, los métodos fueron
y son los mismos: la desinformación, la difamación, la calumnia... para
convencer, poner en marcha y –como toda obra del Demonio- hacer que la
persecución crezca, se contagie y se justifique (parezca razonable y no
precisamente persecución).
6. En cambio la tentación
para la Iglesia fue y será siempre la misma: eludir la cruz (cfr. Mt. 16:22),
negociar la verdad, atenuar la fuerza redentora de la Cruz de Cristo para
evitar la la persecución. ¡Pobre la Iglesia tibia que rehuye y evita la cruz!
No será fecunda, se “sociabilizará educadamente” en su esterilidad con
ribetes de cultura aceptable. Éste es, en definitiva, el precio que se paga, y
lo paga el pueblo de Dios, por avergonzarse del Evangelio, por ceder al miedo
de dar testimonio.
7. Al comenzar esta
Asamblea podemos pedirle al discípulo del Señor, este primer hermano nuestro
que dio testimonio de Jesucristo y del Evangelio, nos conceda la gracia de no
avergonzarnos de la Cruz de Cristo, de no ceder a la tentación de que, por
miedo, conveniencia o comodidad, negociemos la estrategia del Reino que entraña
pobreza, humillaciones y humildad; y pedirle también la gracia de recordar
todos los días las palabras de San Pablo: “No te avergüences del testimonio de
nuestro Señor, ni tampoco de mí, que soy su prisionero. Al contrario, comparte
conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con
la fortaleza de Dios”. (2 Tim. 1:8).
Pilar, 23 de abril de 2007.
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Exhortación pastoral
sobre el compromiso ciudadano
y las próximas elecciones
A los hijos de la
Iglesia, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad
I. La
Pascua y la vocación del cristiano en el mundo
1. La fe en Jesús resucitado, que celebramos más
intensamente en este tiempo de Pascua, nos impulsa a renovar nuestra vida,
viviéndola con verdad, libertad, justicia y solidaridad en la Iglesia y en la
sociedad política de la que formamos parte. Somos miembros de las dos, y en las
dos la fe nos llama a vivir nuestra vocación.
2. En estas circunstancias históricas, la fe nos
exige crecer aún más en nuestro compromiso ciudadano. Somos conscientes de los
pasos dados para superar la crisis en la que habíamos caído. Sin embargo, no podemos dejar de atender
a la profundidad de la misma. Ésta, si bien tuvo consecuencias económicas y
sociales muy graves, viene de vieja data, y tiene sus profundas raíces en el
individualismo y en el relativismo que distorsionan la concepción de la vida
humana y de la convivencia.
3. De allí la necesidad urgente que todos los
argentinos, y especialmente los cristianos, descubramos mejor nuestra vocación
por el bien común, y así nos convirtamos “de habitantes en ciudadanos”,
corresponsables de la vida social y política, a lo que nos ayuda el
conocimiento y la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia.
II. Las próximas elecciones
4. Este año, marcado de manera particular por las
elecciones, es una ocasión propicia para que hagamos un examen serio de nuestro
comportamiento social, y analicemos cómo es el cumplimiento de nuestros deberes
y la exigencia de nuestros derechos, sea como simples ciudadanos, sea como
autoridades llamadas a ejercer la función para la que son elegidas.
5. El acto eleccionario requiere el conocimiento de
las propuestas y el pleno ejercicio de la libertad del ciudadano. Esto
compromete al que se postula, quien debe definir claramente su programa de
acción política, y al que debe votar, a informarse debidamente de la probidad
de los candidatos y de la dimensión ética de sus propuestas.
6. La trascendencia del acto eleccionario exige una
gran transparencia, que lo aleje de prácticas demagógicas y presiones
indebidas, como el clientelismo y la dádiva, que desvirtúan su profundo
significado y degradan la cultura cívica. Por otra parte, es obligación del
ciudadano controlar la gestión del gobernante.
III. Algunos desafíos a tener presentes
7. Son muchos los desafíos que debemos enfrentar. Señalamos
algunos que nos parecen más significativos y nos comprometen como ciudadanos:
- a) la vida: es un don de Dios y el primero de
los derechos humanos que debemos respetar. Corresponde que la preservemos desde
el momento de la concepción y cuidemos su existencia y dignidad hasta su fin
natural;
- b) la familia: fundada en el matrimonio entre
varón y mujer, es la célula básica de la sociedad y la primera responsable de
la educación de los hijos. Debemos fortalecer sus derechos y promover la
educación de los jóvenes en el verdadero sentido del amor y en el compromiso
social;
- c) el bien común: es el bien de todos los
hombres y de todo el hombre. Debemos ponerlo por sobre los bienes particulares
y sectoriales. Su primacía sustenta y fortalece los tres poderes del Estado,
cuya autonomía, real y auténtica, se hace imprescindible para el ejercicio de
la democracia. Dicho bien común se afianza cuando la autoridad sanciona leyes
justas y vela por su acatamiento. También el ciudadano está obligado en
conciencia a cumplirlas, salvo que se opongan a la ley natural;
- d) la inclusión: debemos priorizar medidas
que garanticen y aceleren la inclusión de todos los ciudadanos. La pobreza y la
inequidad, no obstante el crecimiento económico y los esfuerzos realizados,
siguen siendo problemas fundamentales. Toda gestión social, política y
económica debe estar orientada al logro de una mayor equidad, que permita a
todos la participación en los bienes espirituales, culturales y materiales;
- e) el federalismo: tenemos que promover el
verdadero federalismo, que supone el fortalecimiento institucional de las
Provincias, con su necesaria y justa autonomía respecto del poder central. Los
poderes del Estado se ennoblecen cuando consolidan la estructura federal y
republicana del País;
- f) políticas de Estado: la experiencia nos ha
enseñado que una sociedad no crece necesariamente cuando lo hace su economía,
sino sobre todo cuando madura en su capacidad de diálogo y en su habilidad para
gestar consensos que se traduzcan en políticas de Estado, que orienten hacia un
proyecto común de Nación. Este sigue siendo un fuerte desafío para nuestra
democracia.
8. Nuestro país sufre todavía fragmentación y
enfrentamientos, que se manifiestan tanto en la impunidad, como en
desencuentros y resentimientos. Nos queda pendiente la deuda de la
reconciliación. En este sentido, el Papa nos recuerda que “las condiciones para
establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la
reconciliación y el perdón”.
Nuestro más vivo deseo es que el período de conmemoración del
bicentenario, que celebraremos entre el 2010 y el 2016, nos encuentre
fortalecidos en un espíritu común, donde la reconciliación de los argentinos
genere finalmente un ambiente de verdadera paz y amistad social.
9. Al concluir nuestra 93ª Asamblea Plenaria,
compartimos con ustedes estas reflexiones, que son nuestra preocupación y, a la
vez, nuestra esperanza para el futuro de la Patria.
Que María Santísima, nuestra Madre de Luján, nos acompañe con su
intercesión, en este camino del pueblo argentino.
93ª Asamblea Plenaria
de la Conferencia Episcopal Argentina
Pilar, 28 de abril de 2007
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