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martes, 12 de marzo de 2013

Iglesia Católica: una cosa es la sede vacante y otra el sedevacantismo

UN CABALLO DE TROYA EN LA CIUDAD DE DIOS

Por Roberto Bosca

Desde ayer a las 20, la Iglesia Católica entró en fase de sede vacante. Pero una cosa es la sede vacante y otra muy distinta es el sedevacantismo. Esta última denominación designa a una corriente religiosa que sostiene que a partir de la muerte de Pío XII la Iglesia Católica Apostólica Romana se encuentra en estado de sede vacante, en virtud de que los papas elegidos posteriormente son ilegítimos por su abandono de la doctrina tradicional de la Iglesia y su reemplazo por una nueva iglesia modernista.

El sedevacantismo supone una ruptura más extrema que la del obispo integrista Marcel Lefebvre, que si bien produjo un cisma, no importaría un rechazo global al Concilio. Los sedevacantistas, en cambio, sostienen una contestación radical y violenta contra las autoridades romanas, a las que consideran usurpadoras del primado y, lejos de constituir una unidad, se hallan también profundamente divididos entre sí.

El punto de dolor en esta historia reside en el Concilio Vaticano II, que es considerado por los tradicionalistas el Caballo de Troya en la ciudad de Dios. Un agravante del problema es que las reformas conciliares fueron presentadas en muchas ocasiones en un sentido diverso al original, y tal vez demasiadas veces fueron instrumentadas de manera distinta a lo que el Concilio había querido e incluso había realmente dicho.

Al clausurarse las sesiones conciliares se despertó un espíritu contestatario en la Iglesia que formaba parte de un clima de época, los años 60, y que produjo un gran desorden y confusión. Ratzinger llegó a calificar a esta corriente interna de la Iglesia como el könzilsungeist , el antiespíritu del Concilio, e incluso su renuncia al solio pontificio podría no ser ajena a ella.

Este cuadro se tradujo en una fenomenal crisis en las vocaciones y en que un crecido número de sacerdotes fueran reducidos al estado laical, pero lo peor ha sido una notoria disminución de la piedad del clero y de los fieles e incluso una creciente deserción de las filas católicas. Entre los propios teólogos progresistas cuyas ideas fueron recogidas por la asamblea conciliar, como Henri de Lubac y Jacques Maritain, hubo quienes lanzaron la voz de alarma sin ser escuchados. Esta situación de caos produjo la más profunda crisis de los últimos siglos dentro de la Iglesia Católica, que está aún lejos de reponerse.

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